Estamos en unas fechas que culturalmente son de celebración y alegría. Fechas para estar con la familia y amigos. Pero, ¿qué ocurre cuando falta un miembro de nuestra familia? En estos días habrá oído o leído mucho sobre “síndrome de la silla vacía”. Es un término que se ha popularizado en estos últimos años para describir las sensaciones vividas por las personas que perdieron a sus seres queridos en celebraciones como son las navideñas. Este síndrome, aunque no está oficialmente reconocido como un trastorno psicológico en los manuales de diagnóstico, es usado frecuentemente para describir el conjunto de síntomas como la tristeza, nostalgia, apatía o ganas de llorar que sufre el doliente de forma habitual y que se ven intensificados cuando se acercan estas fechas. Cuando nos juntamos en la mesa a celebrar una comida navideña, la silla que ocupaba esa persona ahora está desocupada. Es un momento muy duro para toda la familia, pero dependiendo de los diferentes afrontamientos y de la vinculación con el difunto, alguno de los miembros está más afectado que otros.

Han oído continuamente a personas que dicen que odian la Navidad, que les gustaría acostarse y levantarse cuando hayan pasado todas las fiestas. Que se sienten obligados a estar en comidas y celebraciones que no quieren estar porque están tristes y solo les apetece llorar y estar solos. Es cierto que en estas fechas los dolientes lo pasan mucho peor. Por donde van, ven un entorno de luces, villancicos, brindis, risas, alegría, celebraciones, la televisión invadida de anuncios, las redes sociales con mensajes de felicidad… Es de entender, que su bajo estado de ánimo y tristeza, choque con lo que tiene alrededor y se aísla evitando ese mundo. Es normal, su estado no es el mismo que el de la gente que le rodea. Aunque es un alivio, el aislamiento no es la solución.

Evidentemente, depende del tiempo que haya pasado desde la pérdida, es normal que el doliente se niegue a celebrar la Navidad cuando ha pasado muy poco tiempo desde el fallecimiento. Pero hay personas que se niegan a celebrarlas para siempre.

Les voy a hablar de mi experiencia vital. Mi padre falleció el 10 de noviembre, esas Navidades fueron terribles. Mi padre era una persona que comenzaba a decorar la casa en noviembre y en los años 80 no era lo habitual. Le encantaban las luces, las bolas, los espumillones que repartía por toda la casa y si por él hubiera sido hubiera puesto hasta en el baño. Compraba turrones de todo tipo, comida, bebida… En aquella época mis hermanos mayores tenían novia y las nochebuenas y nocheviejas eran apoteósicas. Todos allí bailando hasta que amanecía y se iba con mis cuñadas a por churros. ¿Se imaginan esa primera Navidad sin él? Pueden creer que estoy escribiendo esto con lágrimas en los ojos.

Mi madre fue una persona que decidió que la mejor manera de no ver la silla vacía era tenerlas todas vacías y dejar de celebrar la Navidad. Con mis 15 años no lo llevé muy bien, pero me preocupaba mucho mi madre y la respeté. A los 12 años de la pérdida de mi padre falleció mi hermano Ángel que, durante todo ese tiempo, no se sentó en esa mesa como ninguno de mis otros hermanos.

Se perdió la tradición y no volví a sentarme jamás con todos mis hermanos desde el año 1986 que falleció mi padre. La familia se rompía en esas fechas. Hoy es imposible que pueda volver a estar con ellos porque todos se han marchado, mis padres y mis tres hermanos.

Por eso quiero que me permitan lo que voy a decir ahora y espero que me comprendan, ya que el hecho de evitar sentir la ausencia de su ser querido no le permitirá disfrutar de los que están. Esa silla vacía debe de ser llenada con recuerdos de él o ella y brindar por ellos y hacerlos presentes en esa mesa. No es necesario estar con matasuegras, cada uno puede cenar con los suyos de forma tranquila y relajada y disfrutando de la compañía de todos.

Si ha pasado un tiempo prudencial, como profesional, le recomiendo que se siente en esa mesa. Si necesita llorar, hágalo, pues las personas que le acompañan también sufren su parte de duelo y si son amigos seguro que recibirá un abrazo reconfortante. Si en algún momento se agobia, no pasa nada, se levanta y se retira a coger aire y poder serenarse. No tiene que quedarse hasta el final, puede cenar o comer y marcharse.  Es necesario para adaptarse poco a poco a un medio en que el fallecido está ausente. Las primeras Navidades que haga el esfuerzo serán incómodas, pero las siguientes serán mucho más serenas, pues debe recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo. Debe exponerse a esas emociones desagradables en un principio, tolerables después, pero agradables con el tiempo. Si no se enfrenta a esa primera comida, puede desarrollar una aversión a esa festividad, por lo que renunciará a la oportunidad de estar con gente que quiere y le quieren. Recuerde que su familia sufrirá por usted.

Este artículo tal vez ha sido demasiado personal y no es de mi estilo que suelo hablar de temas en los que puedo apoyarme en estudios y autores. Espero me lo sepan disculpar, aunque creo que la ocasión lo merece.

¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!